¿Por qué en la cena de Navidad se acostumbra una cena variada y abundante? En este cápsula de Luz Católica te explicamos el por qué, el origen y sus significado.
En la fiesta de la Navidad es muy frecuente que las campañas publicitarias apunten a «sacar lo mejor» de nosotros mismos. Todo el mundo se pone en sintonía con su parte espiritual, con sus afectos, con su mejor versión.
Y es que la Navidad tiene esa característica de volver a conectarnos con nuestros sueños infantiles, con nuestras ilusiones de niños, con volver a ser nosotros mismos. Y uno de los ejes de ese volver a nosotros es el de la generosidad, el del cariño y la entrega.
Tu madre cocinó tu platillo favorito, el clásico de cada año. Hay ponche en una gran jarra y chocolate caliente en otra, para después de la cena. La frescura de la noche abraza el calor del hogar, y el olor a Navidad inunda la habitación. Está listo, todos reunidos, la cena servida y el ambiente en espera. Todos ansiosos, esperando comenzar. Pero, aguarda, … ¡falta el invitado principal!
A veces, en medio de la celebración, olvidamos el verdadero significado y propósito de la fecha. Claro, siendo cristianos, celebramos el nacimiento de Jesucristo, pero el trasfondo es mucho mayor. Bajo el brillo de aquella estrella de Oriente, entre un sinfín de carencias, la Palabra de Dios se hizo carne, … repito: La Palabra de Dios se hizo carne. Y habitó entre nosotros (Jn 1, 14), dando inicio a la mayor prueba de amor que ha visto la humanidad. Dios, siendo Señor del Universo, vino a la Tierra en voluntad y razón, en cuerpo y alma, para mostrarnos Su amor infinito dentro de un inmenso misterio.
13/12/17